Crónica de un trapito

Día de nieve. 1982. La sorpresa cubrió el Alto Valle. La mirada brillantosa de los  niños adornaban el paisaje. En el barrio de las casas "A", una pregunta enmudeció la región. "¿No tiene algo que me de señora?" Un niño, sin zapatillas, con mocos pegados la labio superior, insistió: "¿No tiene algo que me de? Aquel día conisguió una bolsa de ropa, un paquete de arroz, un paquete de fideos y un sandwich de milanesa. Pablo llamó a sus hermanos y emprendierón su marcha dejando detrás una huella blanca que desapereció con la salida del sol.
Pibes que crecieron con el diambular por las calles, llueva, truene, corra viento o caiga nieve, hay miles. Pero he elegido a uno. Pablo y en Pablo hay miles.
Oriundo de Cipolletti, tiene siete heramanos, al menos eso parece. Uno de ellos fue boxeador. No se hizo famoso. Más bien peleó algunas batallas, le dejaron mal de un ojo y se retiró. Otro de los hermanos de Pablo parece trabajar en algún taller del barrio. El resto de sus hermanos están ahí pero no sé nada al respecto.
La madre de Pablo es una señora a quien una vez saludé. Encantada me dijo y le estreche la mano. Con una mirada escondida, porque sus ojos son muy pequeños, como si anduviera constantemente contra el viento y la tierra. Ella parece haber sufrido todas las injusticia de una sola vez. Hoy vende empanadas para construir un templo evangélico. Acá en el barrio, en muchas casas hay un templo.
Pablo camina o anda en bicicleta, suya o de otro. Toma cerveza con sus hermanos o sus amigos en el patio que da a la calle de su casa. Lo amonestó, una vez, el vecino por el ruido cansandor que emitían a las tres de la tarde un día que quería dormir la siesta. Pablo suele tocar al timbre de casa porque debe enfrentar un viaje y no le alacanza el dinero o porque su madre está "muy viejecita" y necesita unos remedios o porque no tiene gas para cocinar.
Pablo pide y se las rebusca. Camina decidido pero invisible por la plaza de la justicia. Entra en la municipalidad para que le reconozcan su trabajo. Lava autos en el centro. Pero se lo prohibieron porque derrocha agua. Emprende su lucha para la legalización de los lavacohces. Logró que se lo identificará con ese empleo, aunque su imagen quedara ligada a un pedazo de tela que ventila mientras espera un cliente dispuesto a abonar 10 pesos y llevarse, bien limpio, su auto de regreso.
La lucha por la legalización del lavachoces pareció que iba en aumento. Un grupo político aprovecho el momento y elevó (esa fue la palabra que usaron) un proyecto al consejo deliberante. Fue aprobado y construyeron lo que llamaron lavadero artesanal. Pablo no fue empleado.
Anoche, toco a mi puerta, con alcohol en su cuerpo me pidió disculpas, como si hubiera ofendido a alguien. Dos testigos lo acompañaban. Me pidió dinero y para mostrar la veracidad de su finalidad con el vil metal pidió a sus testigos que hablarán por él.
El trapito se ha quedado sin palabras. Camina invisible por las calles de la ciudad. Insiste con el rostro en contra del viento y la arena. En silencio "¿no tiene algo que me de?". 

Comentarios

  1. pareciera que contrastara con una realidad que a mi entender dice "si no hubieran pobres en el mundo donde cabe la compasión".
    Esteban Simón.

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