El Ateo

La montaña que en frente se alza con magnitud y soberanía me mostraba mi pequeñez. Las nubes, que altas pasaban por encima de mi cabeza, cubrían la cumbre de tan majestuosa piedra alzada en pie. Los árboles, verdes, frescos y fuertes en la medida que alegraban mi vista, me daban un puro aire para respirar. Los lagos allá abajo tan claros como espejos, en noches despejadas (como la de esta noche) reflejaban las estrellas que como velas encendidas flotaban a sus anchas en las aguas frías y cristalinas. En medio de mi contemplación, una voz me susurro: Por más que seas hombre sos chiquito en medio mío. Esa voz me puso los pelos de punta. Me había dejado inquieto, quería afirmarme como ser humano, con poder sobre las cosas, capaz de dominar la tierra. Esas palabras me habían tocado el orgullo. Razoné: si entender me hace seguro y fuerte, entonces, todavía no entendí lo suficiente y en mi interior afirmé: no quiero ser pobre y miserable. Y con un: ¡ya vas a ver! dije mis últimas palabras y volví al fogón a guitarrear. La sed de mi ignorancia atrapó mi cuerpo y como quien en un desierto se alegra frente a un manantial, corrí a la carpa, agarré mi mochila y saque el libro que me había dado mi tía antes de morir. Para venir a saberlo todo, no quieras saber algo en nada… Leí una y otra vez. Esas palabras me molestaban pero, no obstante, me dejaban cierta serenidad. De alguna manera, me daban la sensación de que algo me haría saber sin tener que pretender ser lo que no soy. Yo Soy dijo esa voz que una vez más me dio asco. El paseo que nos habíamos propuesto con mis amigos era ruidoso mientras viajábamos a dedo por los Siete Lagos. Mis amigos no habían escuchado ninguna voz que les inquietara. Para ellos el viaje iba joya. Fumaban un caño por ahí, se metían con alguna minita, y de noche guitarra, fogón y quien sabe que otra cosa. Las cosas no estaban bien para mí. Decidí apartarme del grupo. Y solo, con esa voz que me rodeaba, encaré el resto del camino. Franco no era sólo un adolescente más. Su vida tenía que estar bien determinada, segura, sin trabas. Su infancia había sido tal, sus padres de buena posición le habían dado todo y más. Como hijo único que era se mostraba con decisión sobre todo lo que no le concernía. Sin saberlo, él era el menos amigable. Creía que todos lo querían pero de tanta repugnancia que causaba era el más ignorado. Su mundo no concordaba con la realidad. Entonces, decidí que debía conocerme. Convoqué a mis consejero y decidí que lo mejor era implantar en su corazón una duda: su mundo es la realidad? Hay alguien que lo quiera? La sabiduría no le fue concedida hasta que pidiera le fuera devuelta. Su mente y su corazón empezaron a sufrir porque aquello que había servido para su edificación era motivo de destrucción. Y aquella noche en que me manifesté personalmente sembré en él la oscuridad, el silencio y la soledad.

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