Estaba caminando por la calle cerca del cementerio. Había tenido un día muy agotador. Sentía que me debía una caminata. Encendí mi pipa y me dirigí sin rumbo a descansar. Recordaba en ese momento la mañana agitada con aquella señora que decía que su inquilino debía ser desalojado. No le importaba que tuviera hijos, ni que fuera desempleado. Solo quería hacer más rentable su departamento. Estos casos, dije a Luis mi ayudante debían ser destinados a los que atienden asuntos legales. Lo mío es el homicidio.
Lo lamento señor Richard, Usted es el único principal que puede atender a la mujer. Esas fueron las palabras de mi ayudante que me animaron a trabajar en aquel horrible, aburrido y estúpido caso. Me llevo todo el día escuchar a la gorda enfurecida, a su abogado, el idiota. En fin, entendí que lo mío es el homicidio debido al cadavérico silencio. Levante la vista porque me aproximaba a una parte oscura de la calle. En ese lugar las estrellas del valle se ven a pleno. Algo tapo mi visión de soledad. Una sombra como la de un hombre, si era un ser humano, se asomaba al paredón del cementerio. Entre Venezuela y la callecita que corre paralela a Naciones Unidas, salto y desapareció de mi vista.
Quede sorprendido pero no perturbado. Qué era ese movimiento de aquel que había saltado desde adentro del cementerio. Era una pregunta que como detective tenía que responder. Dispuse mi ánimo a encontrar la solución. Me dirigí hace la callecita. Entre por la calle Venezuela y me dirigía hacia Perú. A mi izquierda la parte trasera del cementerio y a mi derecha unas casitas, casi chozas. Ladrillos más o menos armados. Chapas de paredones. Ventanas sin vidrios. Luz, únicamente de la noche. Los perros parecían bastante mordedores. No me importó debía conseguir la respuesta.
Corrí unos metros, hasta que me pareció que mis ojos se toparon con aquella sombra humana que había saltado a unos pasos delante de mío. Aquel se había introducido en esas casas tan deterioradas. Sin dudar, fui hasta la puerta y golpee las manos. El perro fue el primero en contestarme. Parecía decirme que me fuera. Insistí, golpee más fuerte. El perro insistió, también más fuerte en que me vaya. Nadie asomaba, ni a la puerta, ni a la ventana.
Entré. Corrí al perro como la punta de mi bota. Puse mi mano en mi arma reglamentaria. Camine lentamente hacia la puerta de entrada. La puerta se caía a pedazos. Empuje con el codo, lentamente, mientras con el pie separaba al perro que me estaba detrás. ¿Quién hay? Medio que grité. El silencio que se emitió desde la casa, y la retirada del perro fueron los hechos que simultáneamente respondieron a mi medio grito. No sabía que pensar, qué había hecho que el perro se callara y comenzara a retirarse. Una pregunta que se podía relacionar con la anterior “¿quién hay?” Supuse que quién estaba, se esforzaba por hacer silencio y en ese silencio había algo que dominaba al perro guardián.
En frente mío me encontraba con una mesa abandonada. Lo deduje porque no había ningún otro mueble. Las telas de araña eran el adorno oficial. Tierra, mugre, cucarachas, gatos, todos los índices del abandono. Más avanzaba hacia el fondo de la casa y más oscuro se hacía. No llevaba mi linterna. Así que active la luz linterna del celular. Silencio, oscuridad eran abundantes. Pero debía responder a mi primera pregunta qué era lo que había visto saltar del cementerio.
Otra puerta. Me sonó como a un llanto. ¿Qué pasa? Medio dije casi boca entreabierta. Levante mi celular y no pude dejar de salir corriendo hacia mi casa. No comenté nada. Pero sin dudar apenas dieron las 7:30 hice una denuncia en mi trabajo. Conseguí que el equipo de criminalística me acompañara y nos encaminamos hacia el lugar. Treinta fetos abandonados están en aquel silencio asombroso. Algo me lo había preanunciado. Nunca supe que fue. Creo que sólo se trató de un ángel guardián.
Este caso nos entretuvo dos años. La clínica abortista ilegal fue desarmada.
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