El desarme del espía

La tarde de aquel martes llegaba a su fin. Precisamente a las primeras horas de esa noche era el momento. Nos habíamos propuesto salvar la humanidad. Calculín sacaste bien las cuentas, pregunte con tono de insistencia. Ya te dije que sí - me respondió. Explicámelo de nuevo porque me cuesta entender. Escuchame bien Letrín. Miré a Calculín con esa mirada de adoración. Siempre que me explicaba algo, brotaba dentro mío algo inexplicable. Pero la misión era tan difícil, de ¡tanta responsabilidad! que yo tenía miedo de equivocarme. ¿Entendiste?
Huy – me dije – no lo había escuchado y no me daba la cara para decir no así que respondí - ¡perfecto! Muy bien Letrín, esta noche seremos Héroes. Puse cara de alegre. Pero más pesó en mi interior en algo me voy a equivocar y todo se va a arruinar. Entonces, Letrin exactamente en veintisiete minutos partimos. Acordate el espía pasa cada seis minutos exactos. Así que preparate, no te olvides nada.
La cuenta regresiva de nuestra misión comenzaba, 25, 20, 18, 17, 15, 10 minutos para comenzar. Calculín abrió el mapa de la ciudad. Señalo los redondeles, esas son las paradas. Intuí que teníamos que avanzar y parar. Pero para qué o por qué no tenía idea. Traete el destornillador me dijo. Busqué la herramienta la tomé. Todo listo dije, con aire de que todo iba perfectamente.
Últimos 2 minutos antes de partir, no quería sentirme tan nervioso. El espía estaba por terminar su recorrido y apenas finalizará nosotros nos largábamos con el plan más ambicioso. Vamos. Salimos los dos. Seis minutos para escondernos y no ser visto por el espía. Pasos normales, derecho hasta el portón verde de la casa rosada. Rápido metete – me dijo Calculín – Obedecí sin titubear. Está pasando el espía Letrín. ¿Por qué no lo vemos? Porque es silencioso y pasa por arriba. Ah- quedé tranquilo. Tiempo. Mismos pasos durante seis minutos, avanzábamos 530 metros. Llevábamos 1060 mts y nos faltaban 2120 mts para cumplir la misión.
Tiempo. Salimos los dos, era nuestra última etapa. Nos debíamos introducir en la columna que llevaba a la torre de control. Una vez allí adentro no había forma que el espía nos descubriera. Estábamos muy nerviosos. La humanidad podría ser liberada del ojo del espía para siempre. Subimos las escaleras hasta la sala de mandos. La puerta estaba cerrada con un candado. Calculín sacó de su bolsillo una cortapluma. Hizo unas pericuetas y abrió el candado. La sala de  control. Sola para nosotros. Ningún ojo que nos viera. Letrín el destornillador. Lo miré y dijé toma. No me había equivocado – yupi dije en mi interior. Bien Letrín. El halago de Calculín que felicidad. Calculín destapo una cosa que parecía ser de plático y tenía la inscripción llave maestra. Retiró la tapa y bajo la palanca. Listo dijo el espía esta desactivado. Los hombres pueden moverse libremente.
Nos volvimos con plena felicidad a nuestra casa. A la mañana siguiente, el Señor que lucía un vestido todo blanco, y en el costado derecho de su vestido lucía un cartelito que decía Doctor Psquiátrico Hernandéz Pérez Fernanado Miguel, produjo un discurso con tono enojado porque aparentemente alguien había cortado la luz de su edificio. Calculín y yo no fuimos.

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