A la memoria de Juan Pablo II

Este relato no es un cuento es un encuentro (primera parte: entre la desilusión y la esperanza)

En mi niñez pensé que nada de mi vida iba a ser importante. No había vivido las historias de mi viejo, tampoco las de mi vieja. No había tenido las vivencias de mi abuelo, ni de las pescas, ni de los partidos de fútbol. No había ganado ningún campeonato. Jugué uno solo y lo perdí. Cuando tocaba la guitarra, había otros mejores. Todo lo que podía hacer de mi vida algo interesante se derrumbaba. ¿Qué contar a mis hijos? Esa, recuerdo, fue una de mis preocupaciones, en una edad muy pobre de años.
Dios me regaló una historia que quiero compartir. Alguna vez pensé que había personas que eran imposibles de conocer. Juan Pablo II era una de esas. Si vuelvo la mirada hacia mi infancia, recuerdo la visita del Papa en el 82. Mi abuela viajó a Viedma, la capital de mi provincia. El Papa había estado a unos 500 km, más o menos, de mí. La abuela Elena trajo la alegría de aquel encuentro y a nosotros sus nietos nos regaló un sombrero blanco con la inscripción: “Juan Pablo II te quiere todo el mundo”. Esa pasada tan cerquita de mí tenía como objetivo un mensaje por la guerra de Malvinas, creo. Viedma era la capital ignota de mi provincia y el Papa alguien importante de quien, había asumido, nunca más tendría la posibilidad de estar tan cerca.
Me equivoque. En 1995 un viaje jamás pensado se presentó en mi vida. El grupo de jóvenes de las comunidades del camino neocatecumenal, de la parroquia Nuestra Señora de Luján de Cipolletti, viajaba a la jornada mundial de la juventud. Se trataba de un encuentro entre el Papa y los jóvenes del mundo. No sé bien por qué, pero la serie de encuentros mundiales fueron inaugurados en 1987 en Buenos Aires. La posibilidad de conocer a una persona importante volvía aparecer. Nacía la esperanza de algo para contar.
Aquel encuentro se realizó en Porto San Giorgio, Italia, 1995. De Argentina éramos 150 jóvenes. El viaje había sido divertido. Con Miguel hacíamos que las cosas fueran diferentes. A todo le poníamos una cuota de humor, ironía y “algo más”. Todo paso rápido. El encuentro con el Papa se acercaba a pasos agigantados. En mi interior se agitaban, como burbujas de gas, el ansia, la novedad, el encuentro de la primera vez.
Llegamos al lugar de la cita. Un descampado asombroso para mi pobre conocimiento de la tierra. Montaña y mar, todo junto. Para nosotros habitantes de la Patagonia, el mar se ubica en un lugar totalmente opuesto a las montañas por excelencia, los Andes. En aquel Porto San Giorgio, mar Adriático estaba pegado a una zona verdosa y montañosa. La hora de llegada era de tarde. Pronto se hizo de noche. Se anunció a Juan Pablo II. Estaba lejísimo. No lo podía creer. Estar tan cerca y a la vez tan lejos. No conseguimos sintonizar con éxito la traducción simultánea del italiano al español. Cuando me quise poner en sintonía con lo que se estaba haciendo en honor a Juan Pablo II, en ese momento, entiendo que Juan Pablo II ya se había marchado. La desilusión encontró asilo en mi corazón.
La noche transcurrió y con Miguel no dormimos. Tampoco conseguimos cigarrillos. Conocí una tal Poli. Nos escribimos un par de cartas y después nunca más supe nada de ella. Aquella noche pasó. Y a la mañana que se aproximaba con pasos gigantes tendríamos la santa misa con el santo padre. La misa la recibimos así lejanos como estábamos. Sin traducción, sin ninguna mínima cercanía a Juan Pablo II. Esta vez la desilusión pareció crecer de manera abrupta. No había sitio en mí para ninguna nueva esperanza.
Otra vez me equivoque. Aquel viaje fue clave en mi vida. Nunca, pero nunca, habría podido imaginar que cinco años más tarde me encontraría de nuevo en Italia y con las esperanzas intactas de conocer en persona a Juan Pablo II. Todo estaba por recomenzar. (Continúa)….

juan pablo inolvidable

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