Misterio en el Bar: Segunda Parte


 El detective estatal Richard Camacho amaneció en un bar sin saber por qué terminó allí. Su estado físico era deprimente tanto que sus allegados no lo reconocieron a simple vista. 

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En la segunda parte del misterio en el Bar Camacho recordará gracias a la Oficial López una misteriosa llamada.

el misterio continúa... 


Urrutia confirmó mis memorias sobre lo que había hecho antes de retirarme de la seccional. Había completado el informe diario. Respondí a las preguntas inquisitorias de mis superiores. Verifiqué que mis subordinados hubieran realizados sus labores. Nada que me dijera porqué terminé en el aquel barcito con tan mala figura.

La oficial López entró en mi oficina cuando intentaba rearmar el rompecabezas del día anterior. Me informó que justo después de haberme retirado alguien llamó por teléfono y tuve que regresar a contestar. Según López, al colgar el teléfono, mi tono de voz había cambiado, mi rostro se había vuelto inexpresivo y mis últimas palabras en aquella conversación telefónica fueron: “ahí estaré”.

Agradecí la ayuda a la oficial López quien me devolvió esa sonrisa que solía esperar al comienzo de la jornada laboral. Urrutia no dudo en ponerse en contacto con el sector “escuchas ilegales”. Se trataba de un teléfono con característica extranjera 00+390644433905. Una llamada desde Roma.

- ¿Cómo puedo saber quién me telefoneó desde Roma? Pregunté a Urrutia.
- Detective – dijo - ¿Cómo puedo saberlo? ¿Qué soy adivino?
- Bueno Urrutia no se ponga así. Necesito que colaboré conmigo porque sinceramente no tengo la más pálida Idea de cómo llegue a ese bar.
-Deberíamos ir al bar a ver que sacamos.
- Tenés razón. Estoy tan boleado que me olvidé de los pasos elementales.

Eran 12:40 del medio día. Bicicletas estacionadas. Todas con algún elemento relacionado con la construcción. El día estaba frío pero soleado. Todo pintaba como para tomarse un trago a la salida del trabajo. Pero en ese lugar, todo parecía muy cotidiano. Nosotros éramos extraordinarios en aquella hora y en aquel lugar.

Apenas ingresamos nadie se percató de nuestra presencia. A mi me cubría la vergüenza, no obstante la falta de atención de los clientes me hacía sentir como quien nunca había pisado ese bar. Tomaba mi habitual confianza cuando la gorda del camisón y los ruleros pegó el grito.

-Ahí lo tene’ era policía el  wuevón… Todos la escucharon y todos supieron que ella se refería a mí.

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