La casa abandonada que se encuentra en el parque una vez fue el centro meteorológico de mi ciudad. En su época de esplendor significaba una importantísima fuente de información para los chacareros de la zona. La estación primaveral era el punto clave para la futura cosecha. Los frutales se embellecen con las primeras flores y en forma, muy diminuta empieza a fortalecerse el fruto. Pero el solcito no es siempre calorcito en primavera. A veces, caen las heladas capaces de destruir, el fruto, la cosecha, el empleo de miles de obreros, la ganancia del chacarero.
Los tiempos nuevos trajeron nuevas tecnologías. La central meteorológica tuvo que re-equiparse y los encargados de llevar adelante esta operación vieron conveniente mudarse. Mudaron los instrumentos y abandonaron la casa. El gobierno, no supo cuidar de ella, no la vistió como un museo y en pocos años la casa adquirió su actual aspecto tétrico. El esplendor del trabajo allí realizado pasó al olvido. Hoy no hay memoria de cómo aquella casa meteorológica dio noticias valiosas.
La población actual se burla de aquella casa. Por qué no la derriban, para qué sirve ¡Hagan algo! – Así, con estas manifestaciones, quienes conocen la casa, reclamam a viva voz. Pero no puedo contar lo que nos pasó ayer, si primero no cuento que se piensa de la casa del parque meteorológico.
Cuando se está en el parque es difícil no escuchar a una señora que diga a la casa la cerraron porque allí asesinaron a unos niños. Un señor, escuché que dijo: en esa casa se hacían reuniones de brujas. Siempre aparecía alguien que algo más sabía – cómo se habían olvidado dos niños que allí vivieron sometidos a la esclavitud en tiempos muy antiguos. Todo el que quería decir algo de la casa tenía una macabra historia que contar.
Ayer jugábamos un partidito. En el gol que nos hicieron tuve que abandonar mi arco y dirigirme en dirección hacia la casa. Estaba por levantar la pelota y me pareció que alguien me chisteaba. Me di vuelta y no vi nada. Retomé mi camino como si nada, pero ¡me había dado un miedo! El partido siguió, pero yo quedé inquieto, me decía sólo fue mi imaginación. Pero a cada segundo transcurrido la sensación tomaba mucha fuerza. Aquello que me parecía un chisteo, y parece que también los demás chicos percibían, se transformaba en casi un grito. Terminó el partido y los pibes vinieron todos juntos a preguntarme: ¿Qué pasó en la casa? Cuando levante la pelota me pareció que alguien me chisteaba – repuse. ¡Vamos! dijeron todos. No - ¿para qué? – dije - pero ellos insistieron – ¡dale, dale, vamos, vamos! Así que fuimos.
A unos tres metros de la casa hay un enrejado, lo saltamos. ¿Por dónde entramos? – fue la pregunta general. Se nos ocurrió que debía haber alguna ventana con las persianas rotas, o flojas y que por ahí podríamos entrar. La puerta de entrada, por supuesto, tenía llave y además tenía candado. El patio, la parte trasera todo cerrado. Por allá, uno anuncia haber encontrado un tornillo flojo, así que fuimos y rompimos, el tornillo y la persiana. Por ahí entramos ¡Qué cagazo! Todo oscuro. Una vez que todos estuvimos adentro nos dividimos: unos subieron y otros nos quedamos en la parte baja.
Buscábamos algo. Y cómo va arriba, pegamos el grito – no pasa nada – respondieron. Entre la basura que estaba en la planta baja, encontramos una foto. Dos pibes abrazados, la foto en blanco y negro. Encontramos otra, que le faltaba un pedazo pero se veía la cara de uno de los pibes que en la otra foto estaba abrazado. Nos quedamos con las dos fotos. Abrimos una puerta, un cuarto totalmente vacío, no nos resultó interesante. Salimos y al cerrar la puerta – chis chis – ¿Qué pasa? – le gritamos a los de arriba. Nada – respondieron. Chis chis, otra vez. ¿Quién anda ahí? Preguntamos con total inocencia. Soy la dueña – respondió. Corran – Che boludo – le gritamos a los de arriba – La casa está embrujada – ¡rajemo’!
Todos volvimos a salir por la misma ventana. Corrimos hasta el barrio. Cada uno se metió en su casa. ¡Tenía un julepe! Creía que había violado los mandamientos más importantes de la vida. No me atrevía a desobedecer. Hacía todo lo que me pedían en casa. Me sentía en culpa. Ni yo, ni los otros hablamos del tema.
Hoy escuché en la radio, que se habían iniciado los procesos de remodelación de la casa, que en ella habían entrado algunos vándalos, y que en la casa vivía un loro. Ah – Andá! Jaja ja ¡un Loro! Y yo que creía que estaba embrujada la casa. Me sentí más tranquilo. Salí con total libertad a la calle. Me disponía a contar la noticia a los pibes del barrio. Quería ser el fuerte. Iba decidido a contar la noticia. Agacho la mirada y me encuentro la foto que le faltaba un pedazo, ¡qué raro! La doy vuelta y quedé sorprendidísimo. Habían escrito yo soy la que falta en la foto. Tiré la foto. Me quedé con esas palabras. Y ahora tengo la certeza: en esa casa antes que un centro meteorológico hubo cualquier cosa. Y que la casa está embrujada, está embrujada.
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