En la casa de la nona, la lana estaba al por mayor. No se por qué pero nos gustaba, tocar la lana, desenrrollarla, cortarla, atarla con otras cosas. Hacíamos galletas de lanas. En aquellos años, jugar con la lana era como un pecado. No te podían ver los mayores, se te armaba. Así que cada vez que queríamos jugar con la lana de la abuela, la teníamos que robar.
Nos alejabamos de la precencia de los mayores, como quien no quiere la cosa. Nos introducíamos en la pieza de la abuela, en la oscuridad. Sin hacer ruidos. Palpábamos las bolsas y zas, encontrábamos lanas. Muchos colores. Pero no nos importaba qué color, nos importaba que fuera lana ovillada. Jugábamos al futbol, al tenis, a la pasadita. Pero lo más importante la usábamos para hilo de barrilete.
Siempre sabíamos que no servía, pero con terca insistencia cometíamos el mismo error una y otra vez. La lana no era lo suficientemente fuerte como para soportar la fuerza del viento, la lucha atroz con los barriletes. Antes o después se nos cortaba la lana, con la que remontábamos los barriletes y perdíamos: lana y barrilete.
No nos podíamos dar ciertos lujos. Porque el barrilete nos había costado sudor de frente. La lana había sido una asaña, robarsela a la abuela y sin que nadie se hubiera dado cuenta.
No siempre, usábamos la lana para los barriletes. Una vez, inventamos el teléfono con lana. Usábamos dos vasitos de yogurt. Agugereábamos el fondo con un mini agugerito. Pasábamos la lana, la anudábamos en una y otra punta. Como la lana era muy larga, uno de los pibe se iba bien lejos, el otro mantenía bien tensa la tensión de la lana. El otro tomaba su vasito, introducía su boca en el vasito y gritaba; Hola!!! A lo que yo resopndía: me escuchas??? Pero se nos cortaba la comunicación porque se nos cortaba la lana.
Hoy la lana no es un juguete, es una obra de arte. La abuela ha creado cosas con ella. Soy un agradecido a mi abuela y a su lana. En realidad siempre supimos que la lana no nos servía para nada, por su propia fragilaidad. Pero si la abuela la usaba así tanto: por qué no nosotros?
Nos alejabamos de la precencia de los mayores, como quien no quiere la cosa. Nos introducíamos en la pieza de la abuela, en la oscuridad. Sin hacer ruidos. Palpábamos las bolsas y zas, encontrábamos lanas. Muchos colores. Pero no nos importaba qué color, nos importaba que fuera lana ovillada. Jugábamos al futbol, al tenis, a la pasadita. Pero lo más importante la usábamos para hilo de barrilete.
Siempre sabíamos que no servía, pero con terca insistencia cometíamos el mismo error una y otra vez. La lana no era lo suficientemente fuerte como para soportar la fuerza del viento, la lucha atroz con los barriletes. Antes o después se nos cortaba la lana, con la que remontábamos los barriletes y perdíamos: lana y barrilete.
No nos podíamos dar ciertos lujos. Porque el barrilete nos había costado sudor de frente. La lana había sido una asaña, robarsela a la abuela y sin que nadie se hubiera dado cuenta.
No siempre, usábamos la lana para los barriletes. Una vez, inventamos el teléfono con lana. Usábamos dos vasitos de yogurt. Agugereábamos el fondo con un mini agugerito. Pasábamos la lana, la anudábamos en una y otra punta. Como la lana era muy larga, uno de los pibe se iba bien lejos, el otro mantenía bien tensa la tensión de la lana. El otro tomaba su vasito, introducía su boca en el vasito y gritaba; Hola!!! A lo que yo resopndía: me escuchas??? Pero se nos cortaba la comunicación porque se nos cortaba la lana.
Hoy la lana no es un juguete, es una obra de arte. La abuela ha creado cosas con ella. Soy un agradecido a mi abuela y a su lana. En realidad siempre supimos que la lana no nos servía para nada, por su propia fragilaidad. Pero si la abuela la usaba así tanto: por qué no nosotros?
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